En el deporte de alto rendimiento, como en la vida, una temporada consta de infinidad de momentos: unos momentos en los que todo va genial, las sensaciones son inmensas, todo sale bien. Esos son los momentos que realmente motivan al deportista, cuando te sientes capaz de conseguir ser nuevamente la mejor versión de ti mismo. También hay momentos de dudas, que son aquellos en los que un contratiempo deportivo,  personal o cualquier problema en el aspecto de la vida del deportista que sea hace que se vea afectado el rendimiento. En esos instantes de duda, suele ser el equipo que rodea al deportista quien ayuda a tirar del carro, quien hace ver al deportista que solo es una situación más para superar y que debe luchar por retomar la senda adecuada. Pero, sin duda alguna, los momentos más importantes en la vida de un deportista son los momentos malos, esos momentos de oscuridad, en los que lesiones, malos resultados o cualquier problema deportivo o personal te hacen derrumbarte.

 

Y, ¿por qué digo que son los malos momentos los más importantes en la vida de un deportista de élite -y también de cualquier persona que quiera tener éxito en cualquier ámbito-? Winston Churchill, primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, decía en una de sus más recordadas afirmaciones que “el éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Esta frase, que en principio puede ser entendida incluso como un mensaje de negatividad, es una de las más importantes lecciones que me ha dado el deporte profesional. Para llegar al éxito no hay una fórmula concreta. En mi opinión es una receta en la que los ingredientes son, entre otros, tener cualidades innatas para aquello en lo que se desea destacar, tener claro que estás dispuesto a trabajar todo lo que sea necesario para lograr llegar a la cima, rodearte de un buen equipo, tener suerte en los momentos clave…

 

Pero, sobre todo, el ingrediente estrella de la receta que yo daría para llegar al éxito es aprender de tu historia personal, especialmente de los malos momentos. Porque es cuando estamos en el suelo cuando de verdad tenemos que demostrar que valemos para tener éxito, que merecemos estar arriba.

 

En mi opinión, es deleznable la educación que les estamos dando a las nuevas generaciones en este aspecto. Educamos a los niños inculcándoles un miedo atroz al fracaso, cuando el fracaso es una parte de la vida que siempre va a estar presente, y tenerle miedo es el primer paso para que ese fracaso se instale en tu vida. En cambio, si se educara exponiendo el fracaso como el principio de un proceso de aprendizaje, que nos demuestra que el camino no era el adecuado y nos permite levantarnos y escoger un modo distinto de llegar a nuestro éxito, estaríamos ayudando a nuestros niños a no tener miedo, infundiéndoles una confianza brutal de cara a su edad adulta.

 

Porque la excelencia consiste en alargar los momentos buenos y aprender de los malos, no evitarlos ni esconderlos.

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